sábado, 5 de febrero de 2011

Contestando a un lector de este blog


Me parece interesante que surjan debates en el blog. Evidentemente en un espacio como este, donde se permite intervenir sin ningún tipo de cortapisas (a menos que se caiga en el insulto o la descalificación), deben ir surgiendo ideas interesantes que se van viendo enriquecidas con los distintos comentarios que se lanzan. Sin embargo, hay un tema que por su importancia no he querido dejarlo en un comentario más. Hay quien asegura que la palabra matrimonio debe referirse a la unión de un hombre y una mujer, pues las palabras se han de modificar según vaya estimando oportuno la sociedad. En resumidas cuentas, que podemos transformar los significados de las palabras según el pensar de cada tiempo. Añade, además, que no somos tan beligerantes cuando la palabra patrimonio se ha transformado, pues se dedica también a las mujeres ahora, cuando, según él, antaño se refería sólo a los hombres, porque las mujeres no podían tener patrimonio.

En primer lugar, matizar o corregir lo de patrimonio. Algo he estudiado de latín, aunque me acuerde más bien poco. Decir que patrimonio significaba antes la masa de bienes y dinero que tiene el hombre es columpiarse bastante. Es demostrar, más bien que no se tiene ni idea. Patrimonio, antes y ahora, no significa sino el conjunto de bienes que una persona ha recibido de sus PADRES. Queda resuelta, pues, esta primera cuestión.

En segundo lugar, hay que decir que algo que puede parecer a primera vista tan poco trascendente, como es el uso de las palabras, es sin duda una de las cuestiones más importantes para el buen funcionamiento de una sociedad y de una democracia. Decía el escritor y filósofo norteamericano R.W. Emerson que “la corrupción del hombre conduce a la del lenguaje”. Recuerden, si no, el estupendo análisis que hace de ello el gran escritor Orwell en su obra 1984 al analizar la perversión del lenguaje por los comunistas. Pero es que, además, las palabras tienen la capacidad de evocar aspectos ideales, que son los que tenemos por fundadores del conocimiento. Encontrar una palabra es encontrar un sentido. Quien se atreva a dudar de este poder evocador del lenguaje sólo tiene que intentar la experiencia de pensar sin palabras.

El relativismo y su desprecio por la verdad hace verdaderos estragos. Vivimos en una época acobardada por la posibilidad misma de que pueda haber certidumbres, una de cuyas consecuencias más perturbadoras es la facilidad con que es posible desgajar las palabras de las realidades conceptuales, que cualquier mente sana sabe que son su referente. Ese divorcio entre palabras y conceptos conduce, sobre todo, a la imprecisión y a la exageración, y ambas cuestiones son dos de las formas que asume la ignorancia, formas que favorecen y justifican las distorsiones.